lunes, 6 de febrero de 2017

Te lo explico con palabras inventadas.

Nunca fui fan de las despedidas,
más que nada porque no sé decir... lo que soléis decir.
La vida (todavía)
no me ha enseñado a eso.

En ese aspecto puede que sí
sea una jodida cobarde.
Pero yo no sé enfrentarme
de otra manera
-todos tenemos nuestros trucos para avanzar-.
Si siento que tengo que irme,
desenganchárteme de mí,
arrancárteme de los escombros de mi fachada,
lo haré siempre sin que te des cuenta.
Porque si me paro a despedírteme,
no me ire ya.
Si me parara a decirte adiós,
entonces me tendría que quedar para mirarte
cinco minutos más -y en bucle-.
Todos saben que volvería a retorcer mi piel
y a inmolar mis vértebras, por ti. Una vez más.

Pero ya no soy esa niña.
Necesito hacerlo rápido,
como cuando te arrancas una tirita
y el aire te escuece si te roza,

y sin que me pidas un porqué.

Si tengo que irme y me fui,
seguro que ni lo notaste.